La vocecita interna, esa que te dice de cosas que por lo general te generan ansiedad y duda, es la voz de un Dios, frágil, temperamental.
En tiempos míticos, antes de la invención de la escritura, los dioses hablaban directamente a los hombres. Nos decían directamente qué hacer.
Y la gente obedecía. Y obedeciendo se crearon los grandes relatos de la historia de la humanidad: los griegos, los germanos, los romanos, los mexicas, los rarámuri. ¿Escuchas la voz de Dios? Te está hablando.
Lo más seguro es que no puedas escucharles. Tampoco es tu culpa. El mundo, al menos desde finales del siglo XIX, está construido con la intención máxima de ahogar las voces de los dioses en un mar de ruido.
Ruido ambiental, ruido visual, ruido mental.
A mí, mi Dios me ha dicho, después de luchar contra las fuentes de ruido que acompañan mi vida y neutralizarlas como es debido, que vaya a las afueras de la ciudad y le construya una pirámide.
Será un templo para un DIOS cuyo nombre no puedo pronunciar. Tendría que sacarme la lengua para poder pronunciarlo correctamente. Suena como una risa macabra y llena de terror.
La pirámide la construí con basura, muebles viejos y avalanchas Apache. Las paredes del templo están decoradas con cruces de caca. Descansé al séptimo día, satisfecha de mi creación.
El primer sacrificio humano fue de un guardia de seguridad privada al que se secuestré y posteriormente le saqué el corazón. Esta es la última foto del guardia, se llamaba Coyotzi Ramírez, yo misma tomé la foto.
El tiempo se detuvo, el cielo se abrió, mi Dios habló. Mi misión es mantener el templo, sacrificar guardias de seguridad privada cada mes y expandir la verdadera palabra antidiluviana y horrible escribiendo comentarios esquizos en videos de canciones ochenteras en Youtube. Así sea.
Antiguo retrato de mi dios encontrado en la zona arqueológica de La Quemada en Zacatecas, lugar donde se dio la etnogénesis de los mexicas. Después de que cayera Tula, mi dios huyó a Panama Beach, Florida. Les manda saludos.